Dentro de los Servicios Sociales existen muchos campos de actuación, pero quizá uno de los más “abandonados”, tanto en este sector como en la rama sanitaria sea el campo de la salud mental.
No hay tan apenas servicios especializados en tratar a las personas con enfermedades mentales, se les recluye y el resto de la gente les siguen señalando con el dedo, tachándolos de locos y apartandose de ellos a su paso.
Este lunes aparecía un artículo en el periódico “Heraldo de Aragón” que me ha parecido interesante y es por eso que os lo copio para que lo podais analizar.
Heraldo de Aragón. / 15-08-2011
ÁNGEL GARCÉS SANAGUSTÍN.
ÁNGEL GARCÉS SANAGUSTÍN.
Los enfermos mentales provocan sentimientos de rechazo entre la sociedad sin que nos paremos a pensar que ellos también son personas y necesitan el mismo cariño y apoyo que los demás.
Recientemente tuve el placer de presentar, junto a la periodista Pilar Domínguez, el libro “La noche también es blanca”, escrito por Montserrat Baldrich. El libro narra la historia real de un hombre, diagnosticado de esquizofrenia paranoide, que se reencuentra con un viejo amor de la juventud, con una mujer que disfruta de una vida familiar cómoda y estable.
El libro es una aproximación real al mundo de las enfermedades mentales y te invita a reflexionar sobre muchas cuestiones que tenemos aparcadas porque preferimos la confortable comodidad que depara la ignorancia.
El libro nos recuerda que cuando vemos por la calle a una persona con muletas sentimos, especialmente si es joven, ternura y empatía. Sin embargo, ante el enfermo mental nuestros sentimientos oscilan entre el miedo y el rechazo. Pero ambos son enfermos que necesitan comprensión y apoyo.
Sabemos que un enfermo de cáncer debe recibir quimioterapia y cariño, que el amor y las emociones le ayudarán a sanar. El enfermo mental también recibe su particular “quimioterapia”, ese cóctel de pastillas que algunos psiquiatras llaman la camisa de fuerza invisible. Sin embargo, mucho me temo que, en la mayoría de los casos, este enfermo no recibe el mismo apoyo social. Quizá porque las enfermedades mentales siguen vinculadas a la idea de culpa. Tal vez porque insistimos en la falsa conexión entre enfermedad mental y comportamiento delictivo, desmentida por estudios recientes.
Vivimos en mundo en el que la mayoría de los comportamientos pueden ser clasificados como enfermedades, incluidos los siete pecados capitales. Hoy te puedes tratar de la gula, de la lujuria, de la ira o de la pereza. Hemos llegado a tal nivel de paroxismo que incluso el afán de trabajar sin descanso ha recibido su correspondiente definición patológica, “workaholism”.
Entre los términos que van a desaparecer, arrumbados por las nuevas ciencias del alma, está acedia, esa mezcla de melancolía e inquietud que te deja la vida. La acedia es ese dejarse ir, ese dejarse vivir, que algunos intentarán desvirtuar dándole el nombre de depresión.
Frente a este absolutismo científico se rebeló Thomas Szasz en la década de los sesenta, entonces este psiquiatra húngaro-estadounidense escribió “El mito de la enfermedad mental”. En ese ensayo, libre de convencionalismos y dotado de un provocador sentido común, Szasz puso en tela de juicio los excesos de la ciencia que él mismo llevó a encumbrar a los máximos niveles de reconocimiento social. Este autor cree que la locura puede considerarse una reacción lógica contra las anomalías de una sociedad enferma. A él le debemos la célebre frase: “si le hablas a Dios estás rezando; si te responde padeces esquizofrenia”.
Thomas Szasz fue pionero en formular la idea que Montse Baldrich recoge en su libro: el dolor del alma no es solo un desarreglo del organismo.
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